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"Gatos usados"

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Ahora que hay tanta polémica sobre las nuevas normativas sobre mascotas, su consideración como seres sintientes (mi corrector, que es más listo que yo, me corrige a seres sonrientes), y otras discusiones varias, les voy a hablar de los gatos usados. Uno puede tener un gato nuevo a estrenar. Es fácil, hay miles de gatitos buscando casa. Este gato nuevo, suele venir en muy buenas condiciones, sin defectos, y casi que vienen en Kit: puedes armarlo a tu gusto. Si eres apañado, armas un gato simpático y feliz, que estará encantado de vivir contigo. También puede ser que no sepas armar gatos, y te salga mal. A veces la gente se harta del gato mal montado. Y a veces es el gato mal montado el que se harta de la gente. Y entonces lo que pasa es que este gato, que ya no es nuevo, acaba tirado como un desecho. O en el mercado de segunda mano. Se convierte en un gato usado. Y como la mayoría de las cosas usadas, que ya no son nuevas, tiene sus defectos, algunos solucionables, otros no. Y necesita

La abuelita

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  Se abren las puertas de la iglesia gótica. Los arcos se elevan hacia el cielo, y la mirada sigue su camino, detrás de las finas ojivas y las alargadas cristaleras. Sus retablos, alguno gótico, otros barrocos, son objeto de las fotos de curiosos y quizá entendidos en arte. Pero esta noche, las miradas no se elevan buscando a Dios. Porque esta noche, las puertas de la iglesia se abren para dejar pasar a la música coral. Poco a poco el público va entrando y se va sentando en los sitios marcados. Estamos en el centro de Palma, muchos son vecinos, se conocen y se saludan con los ojos. Distancia y mascarilla. Así es la cultura en este momento tan raro que nos ha tocado vivir. Hasta la primera fila llega una abuelita con su andador. Es muy menudita, con las manos finas y blancas. La acompaña una chica joven, quizá su nieta, quizá una cuidadora. La trata con mucho cariño, la ayuda a sentarse y le da el programa del concierto para que lo ojee. Se hace la hora. Entra el coro, en fi

De coronavirus y otras hierbas

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 Pues sí, hace un tiempo que quería escribir algo sobre el monotema de este año. El coronavirus (léase con voz grave y con eco) Pero es que, sinceramente, cada dos segundos cambio de opinión. Y no se puede escribir un artículo de opinión cuando no tienes opinión. ¿Ustedes también se han dado cuenta de que he dicho artículo? Les juro que me ha salido así. Si me lee un periodista me defenestra. En fin, que me apetecía contarles lo que pienso. Por lo menos lo que pienso hoy, mañana vaya usted a saber. El caso es que este año llevamos un estrés importante. Y si se entretienen en moverse por las redes sociales, ya es el acabose. Un batiburrillo de opiniones, expertos, expertillos y expertazos. Atemorizados y valientes, entendidos y distendidos. Cuñaos y doctores en la materia. Y sobre todo odio. Mucho odio. Y aquí voy yo. Resulta que según donde te metas: Necesitamos pruebas para todos. Es una vergüenza que no nos hayan testado ya a toda la población, no hay derecho. Llevo una semana con fi

El misterio del pollo

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  Hoy les voy a contar una anécdota de hace unos cuantos años, que rescaté para un curso de escritura creativa que hice el año pasado. Espero que les guste. No se lo van a creer. En serio, es de estas cosas que sólo me pasan a mí. Pues resulta que estaba yo el otro día por la mañana con mi preocupación diaria. Saben cual es? La comida. Odio tener que pensar en lo que hago de comer. Ojalá fuera rica y alguien me hiciera la comida cada día. Ay que me estoy dispersando… Vuelvo al relato El caso es que estaba yo pensando en la comida, y se me ocurrió hacer pollo asado. Fácil y económico. Coges el pollo, le echas cuatro hierbas, lo metes en el horno y Voilà… Comida hecha. Ay, pero no tenía ningún pollo a mano. Y tampoco tenía ganas de ir a comprar uno, aunque es sí que lo tengo a mano. Lo que sí que tenía a mano eran cuatro cuartos de pollo dentro del congelador. Pero claro, congelados… Que sí, que ya sé que para estos casos está el microondas. Pero créanme, no es buena idea descongelar pol

Sólo sé que no sé nada.

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Sólo sé que no sé nada. Dicen que lo dijo Sócrates. Por lo menos eso me contaron en la escuela. Buen hombre, no sabía él lo que iba a dar de sí la frasecita. El hecho es que a mí me tiene bastante acongojada. Me explico.  Desde hace un par de años, mi hija y yo colaboramos en un programa de radio dedicado al mundo de la infancia y adolescencia. Aquí les dejo el enlace a su página de Facebook por si le quieren echar un vistazo. No venim amb manual IB3 El programa tiene varias secciones, divulgativas, de ocio,  concursos, tertulias música... es muy entretenido. Y cada sábado (se emite los sábados) invitan gente muy diversa para que compartan con el público sus aficiones, conocimientos... Van actrices, músicos,  maestros, astrónomos,  arqueólogos... Y las mamás y papás de los pequeños tertulianos solemos participar también haciendo diferentes cosas, la mayoría muy divertidas. Pero me he dado cuenta de que, aparte de hacer el payaso (soy un hacha haciendo el payaso), no sé hacer nada.  No

O como hemos llegado hasta aquí.

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Y aquí la segunda parte. Prometo intentar que sea más  cortito. Intentar no cuesta demasiado. El caso es que en septiembre de 2012 salí yo de la consulta del reumatólogo con un diagnóstico en la cabeza y otro garabateando en un papel. Una receta de Lyrica y muchas preguntas sin resolver. Como una es científica y eso de una enfermedad incurable, crónica y de etiología desconocida, no me hacía demasiada gracia, lo primero fue contrastar el diagnóstico. La primera fue la reumatóloga de la Seguridad Social . Me despachó en 10 minutos, me dijo que era una Fibromialgia de libro, me aumentó la dosis de Lyrica y me mandó al psiquiatra. El segundo un muy reputado especialista de la península de los que cobran con varios ceros. Este señor se tomó más tiempo, me dijo que era Fibromialgia de libro, Síndrome de Fatiga Crónica clarísimo y me regaló un diagnóstico de Síndrome de Mucosas Secas y otro de Sensibilidad Química Múltiple.  En agradecimiento por tomarme la molestia de hacer el viaje y haber

Persona que cree estar enferma...

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No se me agobien, que no voy a escribir el "Quijote". Eso ya lo hizo un señor hace una piña de años, y lo hizo muy bien el hombre. Bueno, igual me sale largo, es que cuando me embalo no tengo medida. Yo les voy a contar como me he sentido hasta llegar hasta aquí. Por partes... que si no, al final  será el Quijote después de todo. Cuando tienes dolor crónico, estás fastidiada.  Muy fastidiada. Primero, porque normalmente llegar a averiguar qué te pasa es un camino largo y lleno de baches. Eso si llegas a averiguarlo. Luego, porque cuando ya más o menos tienes una idea de por donde van los tiros, te das cuenta de que no te lo puedes quitar ya de encima. Y por último,  porque los que te rodean se suelen "acostumbrar" a tu dolor (que si fuera a "su" dolor, otro gallo cantaría) y acaban por hacerte poco caso o ninguno. Que no es culpa suya, nadie aguanta eternamente. Así que ya se pueden hacer una idea. Yo llevo diez años dando tumbos en este mundo del dolor cr