Los dos soles (3)



Una clara noche de junio, la brújula empezó a dar vueltas sin medida. El cielo se cubrió, y nuestros modernos aparatos de navegación se hicieron totalmente inútiles, pues dependían de la visión de las estrellas.
Una extraña luz lo cubrió todo, y una explosión sacudió nuestros cuerpos, zarandeando el barco como si fuera de papel. Durante horas estuvimos en un carrusel de subidas y bajadas, sacudidas y temblores, aunque la superficie del mar permanecía extrañamente plácida.
Yo me até como pude al palo mayor, y perdí el conocimiento. Cuando lo recobré, estaba sólo en el barco. Todos mis compañeros habían desaparecido.
El cielo estaba despejado, así que bajé a la cámara del capitán y medí nuestra posición, como él me había enseñado. Para mi sorpresa, no pude reconocer ninguna estrella. No estaba la familiar Estrella Polar, guía de mis correrías de infancia, ni se distinguía la Vía Láctea, camino de peregrinación de los cristianos de mi tierra natal.
Tampoco estaba mi nueva amiga, la Cruz del Sur, emblema del continente austral, ninguna de aquellas luces me resultaba conocida. La luna brillaba por su ausencia.

Qué extraño, si estábamos en el creciente…
Eché el ancla, y descubrí que debíamos estar cerca de tierra, pues la profundidad era poca. Decidí echarme y descansar, pues todo aquello debía ser consecuencia de mi gran cansancio. Con la luz del sol todo se vería con más claridad.
Me despertó una azulada claridad. Abrí los ojos, el sol estaba a punto de salir, y se veía tierra, a menos de dos millas, La extraña tormenta de la noche anterior nos debía de haber acercado al continente, quizá mis compañeros habían tenido suerte, y se hallaban ya en la costa. Aparejé el navío con el velamen de reserva, y me dirigí hacia una pequeña playa. Me resultaba desconocida, pues quizá no habíamos desembarcado en esta parte anteriormente, y se veía desierta, pero no hallaba el momento de verme en tierra firme.
El sol finalmente salió, pero era una mañana extrañamente azulada, se veía al astro rey pequeño y frío, como si el calendario hubiera corrido varios meses, y estuviéramos otra vez en invierno, quizá estábamos más cerca del polo de lo que yo creía cuando empezó la tormenta.
Decidí recoger provisiones en la sentina del barco, para explorar la costa, y estuve un buen rato empaquetando todo aquello que me pareció importante.
Al oír un relincho, recordé a los animales, y fui hasta la bodega. Ni rastro de las gallinas y de la cabra, pero el caballo seguía aún allí, y el noble animal se alegró tanto de verme como yo a él, pues eso me aseguraba un medio de transporte, y la posibilidad de llevar mucha más carga.
Cuando tuve todo dispuesto, subí a la cubierta.
¡No podía creer lo que veían mis ojos!
El azulado y triste sol estaba ya alto en el cielo, y bajo él había...
¡Otro sol!
Un sol enorme y naranja ocupaba el lado de oriente, iluminando el paisaje, con una luz muy brillante.
Por Alá, ¡si había dos soles!

-¿Dos soles?
Los dos hermanos se miraron con perplejidad, y contestaron a la vez.
-Pues claro que hay dos soles, ¿Cuantos soles quieres que haya, siete?
-No lo entienden, en mi mundo siempre ha habido un sol, el Sol. No sé que extraño mundo es éste, ni como he llegado hasta aquí, pero añoro a mis padres, mi tierra, mi cielo.


Cuando llegué a tierra empecé a comprender que algo extraño había ocurrido durante la tormenta. Las plantas eran desconocidas, y los pequeños animalillos que me encontraba por el camino, eran totalmente diferentes de los que yo conocía.
El pobre Alí (le puse ese nombre al caballo, un pura sangre árabe), tardó bastante en decidirse a mordisquear las plantas que nos encontramos por el camino, aunque al final pudo más el hambre que la desconfianza, y los dos nos tomamos un merecido desayuno.
Después de dos días de camino, y sin rastro ninguno de mis compañeros, llegué a un pequeño poblado, habitado por una sola persona. Era un viejecito encantador, que me acogió amablemente en su casa, me dio de comer y atendió a mi caballo.
En un principio, no nos entendíamos, no hablábamos el mismo idioma, pero poco a poco me fue enseñando a entenderle. Y no solo eso, también me contó las historias y tradiciones de este mundo.
Me explicó que hace mucho tiempo, tanto que nadie sabe cuanto, este mundo estaba deshabitado. Un día, después de una horrible tormenta, un extraño aparato llegó lleno de gente. Algunos murieron, pero la mayoría sobrevivió y se establecieron justo donde él me había encontrado, utilizando para ello los restos de la extraña nave que les había traído.
Al principio, el poblado prosperó, llegaron algunos niños, y creció en población. Pero pronto aparecieron los problemas.
Unos querían encontrar el camino de vuelta a sus casas.
Otros preferían explorar la zona, y establecerse en esta tierra tan fértil y prometedora.
Algunos otros preferían quedarse donde estaban, esperando a que alguien fuera a buscarlos.
Después de muchas discusiones, el grupo se disgregó, y unas pocas familias se quedaron en el lugar de origen, esperando…
Desde entonces había transcurrido el tiempo, y los peregrinos fueron explorando el planeta, y estableciéndose por todas partes. Nunca encontraron el camino de vuelta y poco a poco se fue perdiendo la información de los antepasados, sólo algunos ancianos transmitían oralmente la historia de pueblo en pueblo.
Tras muchas generaciones, el anciano era el último habitante del poblado, y con él se terminaba la última familia originaria.
Me dijo que en un país al sur, había una anciana que guarda con ella el “cofre de la memoria”. Quizá ella me ayudaría a encontrar lo que andaba buscando.
Por eso viajo, busco a la anciana que me ayude a regresar a mi mundo.
Selina y Yannu se miraron, cada vez más perplejos.
-¿La anciana, dices?, pero si vive aquí al lado…


Comentarios

  1. se va transformando en un cuento de ficción!...no me lo esperaba!
    a ver cómo sigue1

    Un abrazo!

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  2. Me encantan los libros de ciencia ficción, he leido mucho, y este cada vez se va poniendo más interesante!
    Lamento no haber pasado antes, estos días visito poco y no te había visto, pero en cuanto he podido, aquí estoy.
    Besos

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  3. Bueno, yo tampoco visito... Aunque intento no dejar esto abandonadito ando en otros menesteres.

    Muchas gracias por pasarse por mi casita y darle calor.

    Espero pronto volver y reanudar mis participaciones en los blogs.

    Besotes.

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