Persona que cree estar enferma...

No se me agobien, que no voy a escribir el "Quijote". Eso ya lo hizo un señor hace una piña de años, y lo hizo muy bien el hombre.
Bueno, igual me sale largo, es que cuando me embalo no tengo medida.
Yo les voy a contar como me he sentido hasta llegar hasta aquí.
Por partes... que si no, al final  será el Quijote después de todo.
Cuando tienes dolor crónico, estás fastidiada. 
Muy fastidiada.
Primero, porque normalmente llegar a averiguar qué te pasa es un camino largo y lleno de baches. Eso si llegas a averiguarlo.
Luego, porque cuando ya más o menos tienes una idea de por donde van los tiros, te das cuenta de que no te lo puedes quitar ya de encima.
Y por último,  porque los que te rodean se suelen "acostumbrar" a tu dolor (que si fuera a "su" dolor, otro gallo cantaría) y acaban por hacerte poco caso o ninguno. Que no es culpa suya, nadie aguanta eternamente.
Así que ya se pueden hacer una idea.
Yo llevo diez años dando tumbos en este mundo del dolor crónico y he pasado por todas las etapas. No me he saltado ni una, faltaría más. 
Servidora era un bicho inquieto.  Siempre haciendo tres o cuatro cosas a la vez y con dos más en la recámara. Un no parar, vaya.
Entonces, voy y tengo una  niña. Que tampoco es que me la encontrara dentro de un repollo, ya me entienden,  pero la mecánica de lo de los niños ya nos la sabemos y total no viene al caso hablar de mi hija. Eso en otro momento.
Como decía, tuve una niña. 
Los bebés agotan. Mucho.
Y si encima te fastidias la cadera y te quedas coja, pues además de agotada, estás cabreada. Así,  con todas las letras.
Esto fue a finales de 2009.
Hasta enero no pude caminar, y creo que estuve cojeando todo 2010.
En verano de 2010 se me acabó la baja maternal y volví al trabajo. Me gustaba mi trabajo, mucho. Poco imaginaba yo lo que me esperaba...
Por aquella época era Veterinaria Comarcal. Un mucho de papeleo y un poco de ir por las fincas. Me encantaba ir por las fincas.
Entiendo que a los ganaderos no les "encantaba" verme, un inspector es un inspector y cuanto más lejos mejor.
Pero era un trabajo interesante y variado, y me recorría mi comarca viviendo en primera persona como funciona el sector primario y respirando aire puro.
Pero... No. No fue bien.
Estaba agotada, no tenía fuerzas para casi nada. A media mañana ya no podía con mi alma.
Me decían que era por haber tenido una niña siendo "mayor", que 42 años es demasiado, que era normal.
Y una m. O dos.
Mi madre me tuvo con 44 y era una máquina. No, no era eso.
Estaba agotada y me dolía todo. No solo la cadera, me dolían las manos, los pies, los hombros, la espalda.  Un desastre.
 No dormía ni dos horas seguidas, la niña era una fuente de mocos permanente, cada día mascarilla e inhaladores; Me dolía todo, no podía hacer mi trabajo porque me agotaba de coger ovejas, o esquivar terneros, o recorrer fincas.
Y en la oficina no tenía el mejor ambiente. No es buena idea estar malo y trabajar.
Pensé que lo mejor era cambiar de trabajo,  a uno más tranquilo, sin huir de cerdos o ser empujada por vacas.
Pedí comisión de servicio a un puesto de oficina de atención al público. Y reducción de jornada de un tercio. 
En 2011 dejé mi puesto de veterinaria con todo el dolor de mi corazón y en medio de una tormenta emocional. Me sentí fracasada. 
Funcionó. Al principio.
A los seis meses volví a estar agotada y llena de dolores. Y ya no era la niña. La niña dormía toda la noche sin problemas.
Ni era el sobre esfuerzo físico.  Estaba seis horas al día sentada.
En mi nueva oficina el ambiente era fantástico.
Pero yo no podía más.  Llegaba por la tarde, recogía a la niña de la guardería y me tiraba en el sofá hasta que llegaba mi marido. Acostada hasta la hora de cenar. Un día tras otro.
Empecé a ir al médico. 
Que si anemia... que si tendinitis...
Pero me hacían análisis y todo estaba perfecto.
"Como una rosa". Eso me dijo mi médico de cabecera. 
No te pasa nada. Tómate la vida con más calma.
En mi historia clínica de la Seguridad Social anotaron: "Persona que teme estar enferma sin llegar a un diagnóstico"
Hipocondríaca. 
Yo no lo supe hasta siete años después.  Siete años en los que cada vez que iba a un médico, leían eso en mi historial. Imagínense. 
Volvemos a 2012.
Calma...
No era calma lo que yo necesitaba. Era poder coger a mi hija en brazos sin que me temblaran.  Era empujarla en los columpios sin tener que acostarme. 
Era que no se me descompusiera la tripa al mínimo problema.
Calma.
Cálmate tú. 
El verano de 2012, fui al traumatólogo por... no sé,  enésima vez.
Me vio entrar y me dijo:
- No sé lo que te duele ahora,  pero yo ya no puedo ayudarte.
- Te voy a enviar a un reumatólogo. 
Y fui. Y me dio la mano, y miró mi mano y luego me miró a los ojos.
Y me dijo que no, que no era cuestión de calma.
Me hizo sus analíticas y sus pruebas, y me dio un diagnóstico.
Fibromialgia y Sindrome de Fatiga Crónica. 
Le pedí un informe. (Esto es algo que he aprendido estos años. Siempre hay que pedir un informe, lo que no está escrito, no existe)
Y no me lo hizo.
Me dijo que no me lo hacía, porque no tenía que decir que tenía fibromialgia.  Que si lo hacía, me iban a "etiquetar", y ningún médico me haría caso.
Y me garabateó un papel.
Y aquí empezó una nueva etapa en mi vida....
Que les contaré otro día.
Prometo que no se van a aburrir.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sociología felina

De fatiga y otras locuras

Secretos de un adorno de navidad